El arquitecto miope
- Fanzine Ubicuo
- 5 jun 2020
- 2 Min. de lectura
Diana Rubio
Contacto: dianae.rubionava@gmail.com
Egresada de la Facultad de Arquitectura de la UNAM. He trabajado en casi todos los ámbitos profesionales que ofrece la profesión para descubrir el camino que quiero seguir. Aunque no me considero buena, es en el diseño donde he encontrado mi mayor pasión.
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Calzada de Tlalpan, Avenida Zapata, Francisco I. Troncoso, Popocatépetl, Eje Central, Circuito Interior, Av. Insurgentes, incluso, en todos lados sucede. ¿Te has detenido a mirar calzada de Tlalpan? Claro, quizá todos ¿Has mirado más allá del nivel de acera?
Todos lo vemos, y a veces me da miedo pensar que no lo notamos.
Fueron cinco años insomnes, o más de cinco. Pero antes de eso fue un anhelo y, después, una decisión de vida.
Vemos erigirse sobre las aceras conjuntos departamentales para cientos de habitantes donde hace años habitaban, a lo sumo, diez personas; con el abarrotamiento de servicios que esto conlleva, por supuesto.
De pronto, ante este panorama, quizá recordemos haber visto en las noticias organizaciones vecinales denunciar la tala –ilegal, vaya- de árboles o la falta de agua potable.
A veces, incluso, podemos comenzar a ver el detrimento de estos conjuntos antes de concluir su edificación o al pronto término de ésta.
¿Es esa la recompensa de una familia por invertir los ahorros de su vida o por heredar deudas hipotecarias para que a sus hijos no les falte un refugio? ¿Es esto -pienso con profunda incredulidad- lo que estamos generando como arquitectos?
A priori –reconozco-, no me sorprende que nuestra labor sea fácilmente demeritada en una conferencia matutina y, con ello, las afecciones gástricas y nerviosas a las que nos conduce el ejercicio de nuestra profesión por lo vasto, impredecible y arduo de su carga de trabajo.
Al mirar gran parte de estas construcciones casi se pueden enlistar los vicios ocultos, por no hablar de la calidad de la ventilación e iluminación natural, o de las desafortunadas circulaciones por las que no se podría trasladar el mobiliario básico de una vivienda.
Es inevitable pensar en compañeros de la universidad que con ilusión, pero también con necesidades de orden económico, han aceptado trabajos en empresas similares.
¿Trabajan en las construcciones que veo, arquitectos e ingenieros? ¿Qué inercia laboral puede llevarnos a olvidar el principio ético básico de un arquitecto profesionista? ¿Es este el crecimiento profesional que merecemos? ¿Es esta una vivienda, digna para ser puesta en venta?
Estamos inmersos en una dinámica socioeconómica que, a mi parecer, ha nublado nuestros objetivos profesionales: habitabilidad digna para todos los estratos sociales.
A veces somos empujados por la necesidad, pero otras tantas por el ego o por cumplir con la expectativa de trabajar con profesionistas de revista.
Sé que la dinámica está cambiando, con jóvenes y veteranos del gremio. Afortunadamente, muchos de ustedes, colegas, podrán entender que, más que pesimismo, se esconden grandes anhelos en estas conjeturas, los que iremos escribiendo pronto.
Los arquitectos no estamos miopes, como dicen.
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