Castillos de arena: acerca del rol perdido del
- Fanzine Ubicuo
- 22 jun 2020
- 4 Min. de lectura
Fausto Soto Soria
Contacto: arq.faustosotos@icloud.com
Originario del estado de Guanajuato, comienza sus estudios en arquitectura en la Universidad de Guanajuato de donde se titula en 2015 con la tesis titulada “Mercado público y calzada peatonal como integradores urbanos para la preservación del comercio tradicional en Pénjamo” por el cual recibió reconocimiento laureado. Su labor de investigación partió del análisis de los vínculos entre el declive de los mercados tradicionales en relación a la identidad social urbana. De 2013 a 2018 participa en colaboración con exprofesores en el desarrollo proyectual de casas habitación, situación que lo llevó a cuestionarse sobre el rol del arquitecto en la conformación de la vivienda. En 2017 cursa el diplomado La Percepción del Usuario en el Diseño de Espacios Habitablesimpartido en la UNAM que lo llevó a interesarse por la fenomenología en la arquitectura. Actualmente es becario CONACYT y alumno de tiempo completo en la maestría en arquitectura dentro del campo del diseño arquitectónico de la UNAM, donde investiga sobre la aproximación fenomenológica de la habitabilidad de la casa desde la experiencia infantil.
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En cierta playa, pequeños pies descalzos se dejaron caer por vez primera sobre ese vasto tapete dorado. Las plantas de estos fueron insospechadamente recibidas por una suavidad esponjosa. Instintivamente, los dedos infantiles -con su natural vaivén juguetón- fueron sumergiendo a los pies hacia el interior de una dulce tibieza arenosa que era de lo más acogedora, arriba-abajo, hasta que estos se hallaron enterrados por completo. Y de pronto, parado ahí como un niño sin pies y sintiéndose como un árbol solemne, tuvo la necesidad de quedarse ahí para siempre para así regocijarse de la arena que cobijaba los cimientos de su propia persona.
Esta era la primera vez que este niño de ocho años veía el mar, pero lo que más le sorprendió no fue la enormidad del pálido océano, sino el exquisito contacto con la arena de una sedosidad imposible; por eso ignoró buen rato el llamado de sus primos para acercarse al agua y jugar, le era inevitable explorar aquel arenal que tanto lo hacía imaginar, mismo al que él llegó a llamar “polvo de sueños”.
Y con este polvo construyó una ilusión plasmada en enormes castillos de arena de pequeñas proporciones. Durante este infinito momento de juegos no había nada más espectacular que ser testigo de cómo al mojarse la arena se trasformaba en una masa que era capaz de hacer de todo. Las manos se deleitaban de tal forma mientras sus pequeños dedos moldeaban con prisa torres y abrían ventanas, delimitaban áreas y destapaban surcos; con seguridad saltaba de un extremo a otro y agregaba más grosor a los muros.
En tanto, pensaba que era necesario que sus habitantes se sintieran seguros y felices: un cuarto para la reina y el rey, las caballerizas, y las casas para los perros y los gatos; todos y cada uno de sus habitantes estaban siendo tomados en cuenta. Y por último, más agua en la puerta ya que esta se estaba venciendo; era casi como si el material mismo se lo pidiera gentilmente, y el niño jugaba a satisfacer.
Tal vez si prestamos atención, nos hablaría con susurros eso que conocemos como material en arquitectura. Eso que emplea el albañil como rompecabezas y que manipula con sus propias manos para configurar como cosas, cosas que la misma naturaleza se rehúsa a hacer por sí sola según nuestro humano capricho; eso que solía venir sólo de la tierra, que nacía en los bosques, los ríos, los mares o brotaba del infierno de volcanes –los dioses de la antigüedad-.
Eso, que una vez hecho edificio, nos arrulla en las noches para que logremos dormir alejados de un medio al cual hemos rechazado, y que, como penitencia por ese repudio, nos mandamos construir ciudades mundanas como falso remedio de nuestra nostalgia perdida. Quizás el niño jugando instintivamente en la arena sea movido por ese llamado mismo de la melancolía; de la misma manera en que quizás el arquitecto sea agitado por ilusiones infantiles de construir todo con sus propias manos, lo cual no deja de ser un sueño de polvo.
Aunque este sentir del niño mientras construye castillos de arena pareciera un flirteo de las fechadas ideas del constructor primitivo,1 tal vez vale la pena replantearse esta curiosa exigencia desde las manos infantiles, como una privación que la figura de arquitecto se autoimpone. Carencia que bien podría ser insospechadamente expresada en el sinograma japonés enkanjipara definirarquitecto 築; cuyo significado depende bellamente del abrazo colectivo del significado del bambú 竹, lo artesanal 工, lo mediocre u ordinario 凡, y el árbol 木.
El niño de la playa construye con sus manos, palpa el murmullo de la arena y en réplica, dispone de esta en una danza de actuación material, naturaleza y ser humano. Sus primos luego se le unen para que juntos puedan hacer más y en mayor tamaño, el esfuerzo unísono rinde un fruto que no puede nacer de la individualidad. ¿Sería descabellado que el arquitecto sea partícipe constructor del castillo de arena que se adjudica como propio? ¿Qué ventajas pudiera tener que este participe levantando muros en la obra?
REFERENCIAS:
(1) Estas ideas son exploradas por el autor Joseph Rykwert, cuya crítica plantea el paradigma ideológico de principios del siglo XX desarrolladas por autores como André Lurçat, Thoreau, Emerson, Hawthorne, G. Semper y Adolf Loos entre otros. Y que son utilizadas como medios de justificaciones que abogan por el trabajador agrícola como único poseedor de lo auténtico por su íntimo acercamiento a la tierra; sin embargo más allá del panorama político, interesa los argumentos en torno al establecimiento del arquitecto como figura desconectada de la supuesta naturaleza de su propia profesión. [Pp.16-32]
-Rykwert, Joseph. La casa de Adán en el paraíso. Barcelona: Gustavo Gili, 1999.
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