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El arquitecto fortuito

  • Foto del escritor: Fanzine Ubicuo
    Fanzine Ubicuo
  • 2 nov 2020
  • 4 Min. de lectura

Ricardo A. González Espinoza

Contacto: @rge_photoarch

Arquitecto.

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Elegir, esa acción selectiva que algunas veces es sencilla y en otras ocasiones se vuelve una tarea demasiado complicada, conlleva una serie de interrogantes que nos hacemos con el fin de poder obtener la mejor opción disponible. En el siguiente texto comparto brevemente el motivo por el cual decidí elegir al ejercicio de la arquitectura como mi modo de vida profesional, pero sobre todo personal.


Tras concluir los estudios de preparatoria, la inminente necesidad de elegir una carrera profesional me llevó a reflexionar acerca de mis habilidades e intereses personales. Es así como recordé el gusto por el dibujo desde etapas muy tempranas de mi infancia, la reproducción gráfica de los dibujos animados que solía ver en televisión y la búsqueda por representar en un papel lo que observaba en el entorno inmediato. Posteriormente, las clases de dibujo técnico de la escuela secundaria me otorgaron un gusto inmenso por el uso de materiales y procedimientos para la representación gráfica. Esta serie de conocimientos me dirigió a elegir al diseño gráfico como carrera técnica en la escuela preparatoria. Poder diseñar, -si es que lo hacía-, distintas publicidades de carteles o productos, era una actividad que me agradaba mucho.


Tras la introspectiva labor, decidí elegir al diseño gráfico como carrera profesional. Convencido de que esta sería la mejor opción, al realizar una búsqueda de los planteles universitarios me topé de frente con la noticia de que dicha carrera no era impartida en la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México.

A pesar de que existía la posibilidad de realizar mis estudios en alguna otra sede universitaria, en el fondo sabía que mi educación profesional debía de ser en ese maravilloso y galardonado campus al sur de la Ciudad de México. Fue así como la opción más viable, al menos gramaticalmente, era estudiar diseño industrial, una carrera que tiene como requisito el cursar los dos primeros semestres en la licenciatura de arquitectura. De tal modo que comencé mi preparación en las aulas de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.


Atendiendo el tronco común que exigía el plan de estudios, mis primeras clases estuvieron enfocadas al aprendizaje de la arquitectura, profesión en la cual encontré cobijo intelectual casi de inmediato, razón por la cual decidí declinar el diseño industrial y continuar por el camino de esta profesión muchas veces elevada al estatus de arte.

Mi experiencia dentro de la Facultad de Arquitectura fue muy interesante. Si bien sabía que la escuela estaba dividida en una serie de talleres donde se impartía la enseñanza de la arquitectura desde distintas posturas, desconocía la jerarquía impuesta desde estos. De modo que la elección de taller no fue influenciada por las ideas de que uno era mejor que el otro o por aquella serie de apodos implantados por los alumnos, por el contrario, mi decisión fue más un tema de agrado en el nombre del taller.


Ya dentro del taller de arquitectura tuve la oportunidad de recibir instrucción por parte de formidables arquitectos que, como mencionaba anteriormente, dirigieron mi gusto por la observación de la arquitectura a un hambre de poder ser parte del grupo que edifica esas obras donde se realizan las actividades humanas.


Es necesario mencionar que el plan de estudios 1999 de la Facultad de Arquitectura permitía tomar una serie de cursos selectivos, muchas veces impartidos por profesores de distintos talleres, lo cual me dio la oportunidad de conocer otros modos de impartir lo relativo a la arquitectura.


Pero claro, no todo fue miel sobre hojuelas, en el recorrido por las clases de la facultad encontré profesores nefastos que solo buscaban cubrir sus horas requeridas o en otros casos las llamadas “vacas sagradas” que solo eran precedidas por su renombre y que muchas veces no se presentaban a clases con el pretexto de estar ocupados en labores más importantes.


En cuanto a los conocimientos obtenidos puedo afirmar que no todo me ha servido en la vida profesional. De manera similar, muchas de las actividades realizadas en el campo de trabajo han sido aprendidas fuera del ámbito escolar. La arquitectura es una profesión con un campo de acción muy amplio que resulta imposible poder instruir en tan solo cinco años, a pesar de esto, aprender los postulados básicos en las aulas ha sido de gran ayuda para poder hacerme de los conocimientos necesarios para la vida laboral, o por lo menos, para saber dónde buscarlos y cómo obtenerlos.


Siempre he pensado que haber estudiado en la Facultad de Arquitectura es una de las mejores cosas que pude haber hecho, no solo por las enseñanzas obtenidas por el cuerpo de profesores. Poder aprender en la que considero la mejor obra de arquitectura mexicana del siglo XX fue una experiencia formidable que siempre recomendaré a los aspirantes a esta profesión.

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